En una movida que no pasó desapercibida para nadie, la Policía Nacional activó un fuerte operativo nocturno en Alturas de La Lisa, uno de los consejos populares más conocidos del municipio con el mismo nombre. Según los vecinos, lo que se vivió esa noche no fue rutina: patrullas por todos lados, agentes a pie, gente sacada de sus casas… y el barrio encendido.
Aunque las autoridades todavía no han soltado cifras concretas, se sabe que el objetivo era frenar una red que venía moviendo sustancias prohibidas entre los pasillos del barrio. Y por lo que se comenta en las esquinas, lograron trancar a varios implicados y desbaratar parte del negocio. Pero más allá de los detalles, lo que preocupa de verdad es la película que empieza a repetirse: la droga está ganando terreno en lugares donde antes ni se pensaba.

«Aquí ya se ve de todo»: lo que se mueve por debajo de la mesa
Alturas de La Lisa no es un barrio cualquiera. Aquí hay historia, hay cultura, hay gente buena. Pero también, como en otros rincones de la capital, se está colando un problema que muchos preferían no ver: el tráfico y el consumo de drogas. Y no estamos hablando de grandes cárteles ni nada por el estilo. Es el microtráfico, ese que se disfraza de “negocio pequeño” pero que destruye igual.
Uno de los vecinos, que no quiso dar nombre, lo dijo claro: “Uno sabe lo que se mueve, lo que pasa por debajo de la mesa. Pero cuando ya tú ves a los ‘azules’ con perros, con linternas, con todo el paquete, tú sabes que esto se salió de control”.
La raíz del asunto: ¿por qué el barrio se está contaminando?
Los sociólogos que conocen de calle lo han dicho varias veces: cuando hay escasez, cuando no hay trabajo, cuando los jóvenes no tienen más futuro que sentarse en una esquina… el barrio se abre a lo que sea. Y lo que sea, a veces, es vender droga o caer en ella. No se trata de justificar, pero sí de entender. Nadie nace delincuente. Muchos caen porque el entorno los empuja.
A eso súmale que hoy todo se mueve por redes. Un contacto por WhatsApp, una dirección por Telegram, y el negocio está hecho. Ya no hace falta ni levantar sospechas en la esquina. El que sabe, sabe, y el que no, cae.
Un especialista, que pidió anonimato, lo explicó así: “El problema ya no es solo el que vende. Es que hay chamacos que lo están viendo como algo normal. Lo consumen en grupo, en fiestas, en los portales. Lo ven en las redes, lo copian. Eso es lo que más asusta: que la droga se vuelva costumbre.”
¿Y el Estado qué está haciendo?
Cuba siempre ha sido firme con el tema drogas. Aquí eso no es juego. Las leyes son duras, y el que cae, sabe lo que le toca. Pero últimamente se han tenido que poner más activos, porque la cosa va cambiando. Ya no se trata solo de pegarle con todo al que vende. Ahora también se habla de prevenir, de educar, de rescatar al que está a tiempo.
Y aunque se reconoce el trabajo policial, muchos reclaman algo más: más programas para los jóvenes, más oportunidades, más actividades que los saquen de la esquina. Porque si solo se actúa cuando ya hay delito, se está llegando tarde.
¿Hasta dónde va a llegar esto? Un barrio que exige respuestas
Lo que pasó en Alturas de La Lisa no puede quedarse como otra noticia más. Esto es una alerta para todos los barrios del país. La droga no respeta municipio, apellido ni ideología. Llega y se instala donde encuentra grietas. Y esas grietas muchas veces son la falta de sentido, de guía, de rumbo.
Por eso, la respuesta no puede ser solo desde la policía. Hace falta que las escuelas, las familias, los líderes comunitarios, los artistas del barrio, los deportistas, todos se activen. Porque solo así se puede cortar el ciclo antes de que se vuelva rutina.
Preguntas frecuentes sobre la situación del narcotráfico en Cuba
¿Por qué ahora se están viendo más operativos como el de La Lisa?
Porque el microtráfico ya no es algo escondido. Se está moviendo fuerte en varios barrios y la policía está respondiendo con todo. Ya no basta con estar vigilante, hay que actuar.
¿Qué les pasa a los que atrapan en estos casos?
Dependiendo del nivel del delito, pueden caer presos por años. El Código Penal cubano no juega con la droga. El que vende, el que transporta o el que organiza, puede pasar mucho tiempo tras las rejas.
¿Hay más jóvenes metidos en eso ahora que antes?
Sí. El acceso a la información, la presión del grupo, la falta de opciones… todo eso está llevando a muchos muchachos a experimentar, consumir o incluso vender. Es una realidad dura que hay que enfrentar.
¿Cómo se conectan entre ellos para hacer los negocios?
Por redes sociales, apps de mensajería, o a través de conocidos del barrio. Muchas veces es todo muy discreto. Nadie grita que está vendiendo, pero el que quiere, sabe a quién buscar.
¿Qué puede hacer un vecino si sospecha de algo raro?
Denunciar, pero también acercarse. A veces, una palabra a tiempo salva. Y si es algo serio, llamar a las autoridades de forma anónima. El silencio nunca es la mejor opción.